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Los cuentos de Diego

by Gladiatores

Mister Perfecto

No se dejen engañar por el título, no se trata de una autobiografía XD.
Es, para variar, un nuevo cuento de luchadores.
Gracias a mi amigo Kcidis por las ilustraciones.

Texto: Diego Mejía Eguiluz
Ilustraciones: Kcidis (http://kcidis.blogspot.com/)

–Que se la ponga, que se la ponga, que se la ponga –gritó la porra ruda de la arena en cuanto el luchador se despojó de su capucha para pagar la apuesta.

–La Gárgola dice llamarse Armando Castilla, tiene cuarenta años de edad y veintitrés de luchador profesional –se escuchaba a través de las bocinas de la arena.

A La Gárgola le dolían más los gritos del público que el haber perdido la máscara. El combate se había llevado dentro del terreno del llaveo, en el cual era un experto, pero su oponente, Asesino fantasma, supo zafarse de cada una de las llaves que aplicó y al final de la tercera caída se anticipó a una cruceta y le enredó las piernas y palanqueó un brazo para alzarse con la victoria. Al perdedor no le quedó de otra más que reconocer su derrota y felicitar a su adversario. A pesar del gesto de profesionalismo, la porra no dejó de gritarle “que se la ponga”. Al bajar del ring, dirigió una mirada a la primera fila, donde estaban su esposa y su hijo de quince años, quienes le sonrieron.

–Que se la ponga, que se la ponga –continuaba exclamando la porra.

A partir de esa derrota, su carrera se fue en picada. Los promotores lo mandaron de los combates estelares hasta las terceras luchas pues había perdido esa chispa de la que gozan la mayoría de los luchadores enmascarados. Seis meses después de ese tropiezo, y tras platicarlo con su familia, se retiró de los encordados. Para evitar la tentación de volver al ring, vendió los derechos del personaje a un joven que apenas comenzaba su carrera.

–No hay por qué arrepentirse –le decía su esposa–, tienes negocios que nos dan de comer. Prefiero que estés retirado, pero vivo y sano, a llevarte flores al cementerio porque te dio un infarto o tuviste una mala caída en el ring.

Un año después, su hijo Daniel comenzó a entrenar lucha grecorromana y olímpica. A pesar de que le gustaba la lucha libre, no lo hacía para convertirse en el sucesor de su padre, más bien éste pretendía enseñarle a defenderse pues desde que sus compañeros de escuela supieron que era vástago de un luchador lo agredían constantemente.

Al momento de iniciar sus entrenamientos, Daniel era un muchacho delgado, inseguro y sin condición física, lo cual lo hacía blanco fácil de sus agresores en el colegio. Pasado un año, y aunado al desarrollo propio de un adolescente, su cuerpo evidenció los resultados del entrenamiento. Después de un par de pleitos en la escuela, quienes antes lo agredían ahora le temían. Sus compañeras comenzaron a fijarse en él y pronto se hizo novio de la más guapa del colegio. Su ego comenzó a fortalecerse.

Entre la novia y el gimnasio, al joven ya no le deba tiempo para estudiar y sus calificaciones bajaron considerablemente. Su padre amenazó con retirarlo del gimnasio y castigarlo por seis meses sin salir de casa si no mejoraba en la escuela. Para evitar eso, Daniel terminó con su novia, pues se había acostumbrado a la admiración de las mujeres por su físico y no deseaba descuidarse y perder esas miradas.

La Gárgola, por su parte, se había convertido en uno de los maestros oficiales de la arena México. Pronto, sus alumnos comenzaron a ser programados en las primeras luchas de la arena y se hacían merecedores a críticas favorables por parte de la prensa especializada.

Daniel seguía entrenando y cinco años después obtuvo su licencia de luchador.
Aunque era uno de los alumnos más avanzados de su padre, no pretendía hacerse profesional (al menos, todavía no), pero creía que tener el carnet de gladiador le ayudaba a impresionar a las chavas que constantemente lo asediaban.

Una noche, sin embargo, se vio obligado a debutar: para darse a desear con una muchacha, decidió dejarla plantada y acompañó a su padre a la arena a ver la función. Al llegar, el promotor le comentó al antiguo Gárgola que le faltaba un elemento para el combate preliminar y no tenía con quién suplirlo.

–No te compliques, quita a uno de los oponentes y hazla una lucha de parejas –sugirió éste.

–No puedo, es un mano a mano –fue la respuesta del promotor.

La solución fue simple: convencieron a Daniel, le prestaron una máscara y equipo y lo subieron al ring. A petición suya, fue anunciado como Mister Perfecto. El público lo recibió con burlas por el nombre de batalla, pero Daniel demostró tener buena preparación y recursos. Si bien perdió el combate, los aplausos del público en reconocimiento a su esfuerzo le levantaron la moral. Al terminar la función, el promotor le ofreció integrarse a su elenco. Al día siguiente le comunicó a su familia su decisión de abandonar la escuela y aceptar el contrato.

–No te entiendo, hijo –comentó su padre–. Antes no querías ser luchador, y ahora ya hasta contrato conseguiste.

–Me gustó subirme al ring y que la gente me aplaudiera.

–Primero me angustiaba por tu padre, ahora lo haré por ti –fue la respuesta de su madre, pero no le negó su bendición cuando el joven se la pidió.

Seis meses después, y tras varias giras por arenas de provincia, Mister Perfecto comenzó a luchar con cierta regularidad en la arena México, donde se ganó la admiración de las mujeres y el odio de los hombres. Pasados dos años, dejó las primeras luchas y llegó a las especiales. Cada que se presentaba era uno de los más asediados por las aficionadas, quienes le pedían tomarse una foto con él y un autógrafo.

Para aprovechar el éxito que comenzaba a tener Mister Perfecto entre las damas, el promotor le modificó la imagen y ahora salía a luchar, simplemente, con un calzoncillo, botas y máscara. Además, se puso en contacto con una revista y organizaron un concurso entre las aficionadas; el premio sería una cena con Mister Perfecto. Más de quinientas mujeres se inscribieron. La ganadora resultó ser una chica de 22 años de nombre Alessandra.

–Me encantaría verte sin máscara –le dijo mientras pedían el postre.

–Tal vez un día te deje –fue su respuesta.

Al final de la noche, y fuera de la presencia del fotógrafo de la revista, se despojó de la capucha y la besó en los labios a modo de despedida.
Desde entonces, Alessandra siempre estaba en primera fila cuando Mister
Perfecto luchaba. Cuando tenía noche libre, la llevaba a bailar. A los dos meses, la presentó en su casa como su novia.

Sus padres, quienes en un principio se sentían orgullosos del éxito de Daniel, comenzaron a preocuparse pues se había vuelto más vanidoso de lo que ya era.

–No eres la gran maravilla, hijo –solía decirle su madre–. No eres feo, pero tampoco el galanazo, y no tienes un cuerpo muy espectacular que digamos. Hay otros que están más buenos.

–Pero no tienen mi chispa –se defendía él.

–Tu madre tiene razón. Desde que andas con Alessandra, has descuidado tus entrenamientos. Tienes tres días de no ir al gimnasio y tus últimos combates han sido malos. La gente te va a dar la espalda; te lo digo por experiencia.

Daniel no quiso seguir la discusión y se fue a la arena para combatir en mano a mano contra el rudo Arlequín. Herido en su ego, se concentró en luchar y dio una muy buena exhibición de llaveo para adjudicarse la primera caída, pero la condición física le falló y perdió las siguientes dos sin ofrecer mucha resistencia, lo que le valió varios abucheos. Una vez terminada la función, en vez de portar su máscara al momento de abandonar la arena, utilizó un pasamontañas para evitar ser reconocido. Pasó junto a un par de aficionadas, una de ellas comentaba:

–Pues sí está buenote y ensabanable, pero como luchador ya no da una.

–Hoy metió buenas llaves.

–Pero nomás en la primera caída. No inventes, no aguantó nada. Pa’ mí que ya va de salida.

–Otra llamarada de petate, lástima.

Dos semanas después, el cartel de la arena anunciaba una eliminatoria para sacar al nuevo campeón de peso medio; Mister Perfecto no figuraba entre los contendientes, a pesar de dar el peso sin mayores problemas.

–No has hecho méritos suficientes para que te consideremos como candidato al cinturón –argumentó el promotor ante el reclamo de Daniel.

–Usted sabe que puedo ganarle a cualquiera de los que programó.

–Antes. Ahora a duras penas aguantas diez minutos en el ring. Y no me vengas con que eres un imán de taquilla, porque tu popularidad está bajando. Si no te aplicas, en menos de seis meses nadie va a querer verte. Y, por favor, ponte a dieta; te está saliendo panza. Valiente Mister Perfecto resultaste.

–Déme una oportunidad para que vuelva a ser el de antes. Mándeme a las arenas chicas para recuperar mi ritmo. Si en dos meses no mejoro, me corre de la empresa.

El promotor aceptó, y para evitar que alguno de los dos no cumpliera lo acordado, lo pusieron por escrito.

–Te voy a incluir en la gira que empieza dentro de dos semanas; mientras tanto, prepárate.
Al día siguiente, Daniel despertó a las cinco de la mañana y partió con su padre al gimnasio.

–¿Y yo por qué debo levantarme a estas horas? Yo no hice el compromiso, cabrón –comentó su padre en son de broma mientras su hijo comenzaba la rutina de calentamiento.

–No puedo fallar, no puedo fallar –era la respuesta de Daniel.
–Debí obligarte primero a terminar la carrera.

Los primeros días de entrenamiento fueron difíciles. Su condición física estaba mermada y le costaba trabajo hacer las rutinas que le ponía su padre; el programa era riguroso: no había un solo día de descanso. Poco a poco comenzó a recuperar tanto su fuerza como su agilidad. Corría, además, todas las noches. En un principio no aguantaba más de diez minutos, pero hacia el final de la quincena pudo correr durante cuarenta minutos.

Lo más difícil era la dieta a la que se sometió y el modificar sus hábitos de sueño y estar en cama a las diez de la noche, pero logró disciplinarse y cumplir también con eso. Alessandra, sin embargo, no estuvo dispuesta a dejar de ser el centro de su atención y le pidió terminar la relación.

–No te pongas así. Apenas recupere mi lugar en la empresa, organizaré mis horarios y volveremos a estar juntos.
A regañadientes, la chica aceptó.

–Nomás piensa que el corazón es traicionero y a lo mejor me doy cuenta de que no te necesito –comentó ella, en aparente son de broma.

Llegó el día en que iniciaba la gira. La primera presentación fue en Tlaxcala.
Combate semifinal en relevos australianos: Mister Perfecto, El Duende y Cadete contra los locales y rudos Espía, Raúl Juárez y El Traidor. El público de Tlaxcala, ignorante de la baja de rendimiento de Mister Perfecto, lo recibió como si se tratara de una leyenda. En cuanto subió al ring las mujeres comenzaron a gritar y hubo un par que, incluso, le aventó sus sostenes. El combate fue rápido. Mister Perfecto llevó a su bando a la victoria con una estaca india sobre Raúl Juárez, capitán de la esquina ruda.

Después de Tlaxcala, partió a Guanajuato, donde salió airoso en los tres combates que sostuvo. La tercera escala era San Luis Potosí. Perdió el primer combate por una distracción del referee, pero se adjudicó los siguientes tres.

–No bajes la guardia –le aconsejaban sus padres cuando les hablaba por teléfono–. Ya te pasó una vez, no puedes darte el lujo de fallar de nuevo.
“Sigue así, muchacho. Ya tengo planes para ti”, decía el telegrama que el promotor le envió.

–Gordo, te extraño, ¿cuándo regresas? –preguntaba Alessandra cada que se llamaban.

–Pronto, flaquita. ¿Ya ves cómo sí me necesitas? –respondía él.
–Y no tienes idea de cuánto, mi amor.

Al término de la gira, el promotor cumplió su parte y lo programó en la semifinal en un combate en relevos sencillos. Su pareja sería El Duente; sus rivales, el Gángster y el recién coronado campeón de peso semicompleto y nuevo rudo La Gárgola II.

–No me chingue, señor, ¿cómo me voy a enfrentar a La Gárgola? –reclamó Daniel al ver el cartel.
–¿Qué tiene de malo?
–Es el personaje que nos dio de comer a mi familia.
–Era: tu papá lo vendió.
–Lo sé. Pero, de todos modos, me da nostalgia.
–Ése no es mi problema. Este negocio no tiene lugar para sentimentalismos.
Varios luchadores son amigos o familiares de sus rivales y eso no impide que se enfrenten entre sí. Si no tienes el profesionalismo para luchar contra quien te programe, dedícate a otra cosa.

–Voy a cumplir. Soy profesional –fue la respuesta de Daniel.

Mientras se alistaba en los vestidores, Daniel recibió la visita de La Gárgola II.
–Muchacho, me dijeron que no te quieres enfrentar conmigo.
–No es eso, es que La Gárgola original era mi padre. Estoy algo confundido.
–Mira, tu padre es alguien muy importante para mí; siempre me aconsejó y en más de una ocasión fuimos juntos de gira. Nunca hicimos pareja porque él ya iba de salida, pero varias veces entrenamos juntos. Si le pedí que me vendiera el personaje, no fue para colgarme de su fama, sino para rendirle homenaje. Yo no sabía que ibas a ser luchador; de lo contrario, no le hubiera pedido el nombre.

–No me venga con cursilerías, voy a subir al ring a luchar. Y no le voy a tener consideraciones porque use la máscara de mi padre. Y usted tampoco me tenga lástima. No crea que le temo.

–Esos de la semifinal, les toca –se oyó tras la puerta.

Los primeros en subir al encordado fueron los rudos. El Gángster llevaba gabardina y sombrero; La Gárgola, su equipo gris y capa. La gente silbaba e insultaba a los rudos. De las bocinas comenzó a escucharse la música de entrada para Mister Perfecto, éste y El Duende iban acompañados de dos edecanes que corrieron para ponerse a salvo pues los rudos se abalanzaron sobre ellos. La Gárgola II comenzó a golpear a Mister Perfecto, lo estrelló en los postes y lo subió al ring, donde continuó castigándolo. El Gángster se encargó del Duende. Antes de que finalizara la primera caída, la cual perdieron los rudos por descalificación, las máscaras de los técnicos estaban rotas.

La segunda caída siguió por el mismo tenor. Los rudos castigaban de manera inmisericorde a sus rivales, quienes ahora sangraban. Una equivocación del Gángster dio pie a la reacción de los técnicos y tres minutos después el combate terminó. El Duende se encargó del Gángster con una cerrajera, mientras que Mister Perfecto aplicó una rana con puente olímpico a su adversario.

Una vez en los vestidores, La Gárgola II se acercó a Daniel.

–Bien, muchacho, no te rajaste.
–Hizo trampa, ni tiempo me dio de subir al ring.
–Fue a propósito, Daniel. Tienes que aprender a dominar tu carácter y pensar bien lo que haces. No creas que te tengo mala fe, pero tus rivales nunca te han exigido que des tu mayor esfuerzo en el ring. Eres muy soberbio y hacía falta que alguien te bajara de tu nube.

Ya en casa, cuando le contó a su padre lo sucedido, éste se mostró de acuerdo con el accionar de la segunda Gárgola.

–Pensé que estarías de mi lado, papá.
–Y lo estoy, pero también es cierto que no eres muy centrado que digamos. Sí, saliste bien librado de la gira, pero era muy fácil que perdieras el piso de nuevo.
A la mañana siguiente, Daniel fue a ver al promotor.
–Quiero la máscara de La Gárgola.
–Espérate, muchacho, no desees cosas que están fuera de tu alcance.
–Le puedo ganar, usted lo sabe.
–No tienes la trayectoria suficiente como para que te dé un duelo de apuestas, y menos contra un estelarista.
–No estoy diciendo que la quiero para la próxima semana. Organice primero la rivalidad, puedo esperar.
–Daniel, primero hazte de un buen lugar y luego hablamos.

Los siguientes meses, el nombre de Mister Perfecto dejó de aparecer en las especiales y comenzó a figurar en las semifinales y ocasionalmente en las estelares. Por más que lo exigía, nunca luchó en contra de La Gárgola II, pero sí junto a rivales que ya eran consagrados de la arena México. En un par de ocasiones recibió la oportunidad por el título de peso medio, en poder de Poseidón, pero en ambas ocasiones salió derrotado. Logró, en cambio, el título de parejas al lado del Duende.

La Gárgola II, por su parte, realizó treinta defensas al título semicompleto y ganó, además, la máscara de Asesino fantasma, triunfo que dedicó a La Gárgola original. Lejos de alegrarse por el triunfo y la dedicatoria para su padre, Daniel se molestó.

–Ese güey no tiene por qué andar dedicándote nada, papá. Yo debí de ganar esa máscara para ti. Se está colgando de tu fama
–Daniel, no mames. Entiéndelo, vendí el personaje. Si quisiera, él puede luchar sin el II, pero no lo hace por respeto.
–Pues di lo que quieras, pero yo voy a recuperar tu máscara.
–Cómo eres necio.
Por la tarde, buscó consuelo en su novia:
–Mi amor, ya olvida eso. Tú mismo me has dicho que te hiciste luchador por coincidencia –Alessandra trataba de calmarlo.
–Tal vez, pero he aprendido a amar este oficio. Siempre he comido de la lucha, y quiero recuperar esa máscara para mi padre.

–¿Y qué vas a hacer con ella? ¿Ponértela y luchar como La Gárgola junior? No creo que te vaya bien. Además, Mister Perfecto empieza a destacar.
–No entiendes lo que esto significa para mí.
–No hablemos de eso, mejor vamos a planear nuestra boda.
–Ah, chingá, ¿ya nos vamos a casar?
–No eres nada romántico.

Decidido a llevar a cabo sus planes, Mister Perfecto comenzó a ejercitarse y modificó su régimen alimenticio para poder dar el peso semicompleto sin perder su físico. El promotor decidió que era momento de darle un impulso a su carrera y comenzó a programarlo contra La Gárgola II. Los combates entre ambos eran violentos. En ocasiones ganaba Mister Perfecto; en otras, el rudo. Como era de esperarse, cada que se enfrentaban las mujeres tomaban partido por el técnico y los hombres, por La Gárgola II.

Para el aniversario de la arena México, el cartel ofrecía en su combate estelar el duelo por el campeonato de peso semicompleto entre La Gárgola II y Mister Perfecto. Desde temprano, la taquilla tenía el letrero de “Boletos agotados”.

–Daniel, quiero hablar contigo –La Gárgola II se acercó a Daniel en los vestidores.

–¿No deberías estar concentrándote para la lucha?

–Muchacho, sólo quiero decirte que estoy impresionado contigo. Nadie te está regalando esta oportunidad, y si me ganas, será por méritos propios.

–Y después voy tu máscara.

–Poco a poco. Primero cumplamos con este compromiso, después ya veremos qué dicen los promotores.

El combate semifinal terminó y llegó el turno de la lucha estrella.

El retador fue el primero en salir hacia el ring, acompañado por una edecán y por el Duende, quien fungiría como su sécond. De las bocinas de la arena se oía la letra de su tema de entrada, “The sweetest perfection”. Las mujeres gritaban y se acercaban para tocarle los brazos y la espalda (una de ellas le agarró también una nalga). Al subir al ring la música cambió por el tema “Solid Rock”. La Gárgola II salió junto con El Gángster. Dos mujeres intentaron golpearlo, pero éste las esquivó y siguió su camino rumbo al cuadrilátero. La gente lo abucheó.

El anunciador presentó a los contendientes. Ambos pesaban 92 kilos. Tras la foto oficial del combate, el referee les indicó las reglas y los envió a sus esquinas. El silbatazo sonó. Los gladiadores se fueron a la toma de referee, que cambió por cuatro al brazo por parte del campeón. Candado volado del retador para romper el castigo. Un par de patadas voladoras de Mister Perfecto y después una quebradora y un látigo. La Gárgola II respondió con un tirabuzón que su oponente rompió al zafar los brazos y tomarlo de la pierna para aplicar una cruceta. Las porras gritaban apoyando a sus favoritos. Después de quince minutos, Mister Perfecto aplicó un suplex y una catapulta, seguidas de una cavernaria que el campeón no aguantó.

La segunda caída comenzó con patadas de canguro por parte de la segunda Gárgola, así como unas tijeras al cuello que sacaron del ring al retador. Cuando éste regresó, el monarca lo atacó con un par de cegadoras. Mister Perfecto respondió con candado invertido seguido por una espectrina y una quebradora de a caballo. Gárgola rompió la llave y aplicó una tapatía. El retador se zafó tomándose de las cuerdas. El campeón no le dio respiro y lo derribó con un golpe de antebrazo, para posteriormente hacerle un cangrejo; como no se rendía, cambió la llave por una cruceta invertida y candado a la cabeza. Mister Perfecto se arrastró hasta llegar a las cuerdas y el árbitro rompió la acción. Antes de que pudiera reponerse, el monarca le aplicó una gori invertida que fue suficiente para que su rival se rindiera. Trece minutos duró la segunda caída.

El tercer episodio ofreció más llaves y contrallaves. La gente estaba expectante por el resultado. Los séconds gritaban instrucciones y palabras de aliento para ambos gladiadores. En un intento por retener el cinturón, La Gárgola II aplicó un crotch a Mister Perfecto y brincó a la segunda cuerda para impulsarse en mortal hacia atrás, sin embargo, no calculó bien el impulso y resbaló, golpeando su cabeza contra la lona. El referee detuvo las acciones para que subiera el médico de la arena a revisar al luchador. La gente guardaba silencio.
El médico dio por terminado el combate y sacó a La Gárgola II en camilla, una vez que le colocó un collarín ortopédico. El reglamento era claro y Mister Perfecto recibía el cinturón que lo acreditaba como el nuevo monarca semicompleto.

–Señores –Mister Perfecto tomó el micrófono–, yo quiero este cinturón, pero no lo quiero ganar así. Señor comisionado, tenga usted el cinturón, declare el campeonato vacante, si es lo que procede. Si voy a ser campeón tiene que ser a la buena.

Entre los aplausos del público, que aprobaba la actitud del técnico, Mister Perfecto se dirigió a los vestidores para saber cómo se encontraba su rival.

–Tenemos que operarlo. Es probable que, por su condición física, se recupere, pero deberá estar en reposo, como mínimo, siete meses –comentó el doctor.
Los paramédicos lo subieron a la ambulancia y lo llevaron al hospital.

–Hiciste lo correcto, hijo. Te felicito –le dijo su padre a Daniel al día siguiente.

Dos meses después, al salir del hospital, La Gárgola II anunció que por cuestiones de salud se retiraba de la lucha libre. Esa misma noche se llevó a cabo la eliminatoria para determinar quiénes se enfrentarían dentro de una semana por el campeonato semicompleto. Mister Perfecto y Tornado fueron los finalistas.

El día del encuentro, Tornado, mediante un foul que el referee no vio, se alzó con el cinturón. Mister Perfecto, indignado, exigió la revancha.

–Tramposo, así no se vale –le comentó al nuevo monarca en los vestidores.

–Mira, escuincle, llevo varios años esperando una oportunidad. Éste es mi tercer personaje y ya me toca destacar, aunque para eso deba acabar contigo.

La nueva rivalidad resultó atractiva para el público, que llenaba la arena cada que ambos gladiadores luchaban entre sí. Tres semanas después, Tornado le daría la oportunidad a Mister Perfecto por el cinturón.

El monarca, de nueva cuenta con trampas, salió con el brazo en alto. Mister Perfecto lo retó a una revancha de máscara contra máscara. El campeón bajó del ring sin contestar al desafío.

Los enfrentamientos entre ambos continuaron. Con artimañas, Tornado salía vencedor en la mayoría de los encuentros. Ya fuera en provincia o en la México, la estelar siempre anunciaba a ambos luchadores. Al término de cada lucha, Mister Perfecto retaba al combate por las tapas. Finalmente, el promotor montó el duelo para el aniversario de la lucha libre en México.

La arena estaba llena. Mister Perfecto, nervioso, observaba desde el pasillo el desarrollo de los combates preliminares. Al llegar la semifinal, se encerró en los vestidores y se puso su equipo, fue al último chequeo médico y lo pasó sin mayores problemas. Su rival también recibió la autorización del doctor para luchar.

Tornado, acompañado de su sécond, fue el primero en salir hacia el ring. En cuanto Mister Perfecto apareció, el rudo fue tras él y comenzó a golpearlo. Como pudo, el referee los separó y ordenó que subieran al cuadrilátero. Sonó el silbato, Tornado continuó su ataque y se llevó la primera caída con un Cristo negro.

La segunda caída inició y la suerte del técnico no cambiaba. Tornado se sentía confiado y por lo mismo falló unas patadas voladoras. Mister Perfecto aprovechó para golpearlo contra los postes, patearlo, castigarlo con un suplex, una desnucadora y aplicarle una tabla marina invertida que el rudo no resistió.
Para la tercera caída, ambos sangraban y tenían rasgadas sus capuchas.
Aparecieron algunas llaves que parecían de rendición, pero ambos resistían y rompían el castigo. Varios toques de espaldas y siempre, antes de la tercera palmada, se zafaban. Con unas patadas voladoras, Mister Perfecto sacó a
Tornado del ring y se lanzó en tope suicida sobre su rival, quien se quitó; el golpe fue contra el piso de la arena.

Tornado regresó al encordado. Alessandra y los padres de Daniel guardaban silencio en primera fila. El Duende, sécond de Mister Perfecto, agitaba la toalla para darle aire.

–Ocho, nueve… –sonaba la voz del referee.

–Levántate, cabrón –gritaba El Duende.
Mister Perfecto seguía tirado en la duela, con el hombro lastimado.

–Doce, trece… –contaba el referee.
Mister Perfecto intentaba levantarse.

–Vamos, Perfecto, vamos –lo animaba El Duende.
Su madre rezaba por él. Alessandra gritaba insultos a Tornado. Su padre guardaba silencio.

–Diecisiete, dieciocho…
Mister Perfecto trató de subir, pero el dolor era mayor y volvió a caer.

–Veinte –el referee alzó los brazos indicando el final del combate. El Duende lo ayudó a incorporarse. Tornado se subió a la tercera cuerda para festejar el triunfo.

El Duende comenzó a aflojar la capucha de Mister Perfecto pero éste se apartó y pidió el micrófono.

–Mi nombre es Daniel Castilla Alvarado, tengo veintiséis años de edad y soy hijo de la primera Gárgola. Papá, tú me enseñaste a luchar y quiero que tú me quites la máscara.

Su padre subió al ring, terminó de aflojarle las agujetas de la tapa y se la despojó. Daniel tomó la capucha y la entregó a su rival. Tornado la alzaba en señal de triunfo, mientras el derrotado abrazaba triste a su progenitor.
Los fotógrafos retrataban al vencido. Una parte del público estaba asombrada por conocer la identidad del técnico. La porra ruda, al igual que había hecho con La Gárgola años atrás, comenzó a gritar:

–Que se la ponga, que se la ponga, que se la ponga.
Auxiliado por El Duende y su padre, Daniel bajó del ring. Antes de dirigirse a los vestidores miró a su madre y a su novia, quienes le sonrieron.
Mientras Tornado daba entrevistas a los periodistas, Daniel caminaba por el pasillo. Antes de meterse a los vestidores dijo a su padre:

–Voy por la revancha.
En la arena aún se escuchaba el grito de la porra ruda.

–Que se la ponga, que se la ponga, que se la ponga.
La figura de Daniel se perdió en los vestidores.

Algunas aficionadas comentaban:

–Pues no está feo el muchacho.

Dos días después se dirigió a las oficinas de la arena a cobrar su sueldo por la lucha de máscaras. Al salir vio el cartel para la función del viernes. Estaba programado para la segunda lucha.

FIN

Publicado originalmente en 2006, en http://www.elmartinete.com/

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